miércoles, 21 de marzo de 2012

DIARIO TAL CUAL

Opinión | 07/03/2012 | 7 Comentarios
La Habana de Mel
Con su libro La Habana sin tacones, María Elena se hunde con intensidad en el ánimo de la gente en las calles, escudriña más allá de lo aparente, escucha, se sumerge en la cubanidad de una mulata, constata el drama cotidiano, y también presencia el rito de la diosa Oshun en el río Armendáriz
FREDDY NÚÑEZ

¡No se alarme! No se trata de Mel Zelaya, destacado miembro del grupo de bergantes internacionales mantenidos por Chávez con el dinero de los venezolanos. Me refiero al testimonio intenso y doliente que nos ofrece la hermosa María Elena Lavaud en su libro La Habana Sin Tacones.

Carece de pretensiones académicas, y está deslastrado de politiquería y slogans banales. Allí están las vivencias directas que le impregnaron la piel, todos los sentidos, tras "patear" La Habana después de más de cincuenta años de socialismo, ese, que tal como le respondió Fidel a una fanática del canal 8, es lo mismo que comunismo.

Ciertamente hubo una épica real en la revolución cubana. La lucha contra la dictadura de Batista y el contexto internacional imperante en ese momento, la hicieron posible. La huida del dictador auguraba la posibilidad de construir la utopía, el sueño de "tomar el cielo por asalto".

Todo ello terminó ­a través de una larga y deplorable travesía­ en ese amasijo de realidades tortuosas y terribles que nos describe María Elena. Con La Habana ocurre como con esa amante extraordinaria, con la que era imposible continuar, pero cuya impronta no desaparece del todo.

María Elena se hunde con intensidad en el ánimo de la gente en las calles, escudriña más allá de lo aparente, escucha, se sumerge en la cubanidad de una mulata, constata el drama cotidiano, y también presencia el rito de la diosa Oshun en el río Armendáriz.

Ahora sabe con certeza que es de agua dulce, pues la diosa emerge de él todos los días, se baña en miel y vuelve a entrar para que siga siéndolo. Cuba es un enfermo terminal, un mundo que se destruye lentamente, a diario, que ya no muele caña, solo gente y sueños. MEL se pregunta: "¿Cómo ha llegado tanta resignación a tanta gente?".

"¿Cómo se puede asimilar que el resto del mundo es el equivocado y que es mejor regresar a casa con la nevera vacía y con miedo?".

También se interroga acerca de "lo que podría ser ese pequeño paraíso en manos menos ambiciosas y castrantes". María Elena capta el lacerante paso cotidiano de la gente que la conduce hacía ninguna parte. Y es esta realidad, la del ser humano domesticado, la del obediente y temeroso ciudadano, el producto más acabado de cualquier dictadura, de cualquier déspota.

¿Qué inextricable y patético proceso mental evapora la más elemental sindéresis, para definir el drama cubano como "mar de la felicidad"? La revolución cubana ha sido una inmensa estafa, cada vez es más visible la valentía de más ciudadanos dispuestos a sacudirse ese "socialismo" donde el pueblo pasa trabajo, mal come, mal vive, mientras los jerarcas y sus familias viven y viajan por el mundo como ricos, en nombre de la justicia social.

En su casa, de regreso, en un turbulento caleidoscopio de emociones, desdoblada en un diálogo con su alter ego, explota: "¡Que sarta de puñeteros irresponsables hay en este país, chica, que pretenden vendernos toda aquella miseria que vimos como si fuera la gran solución a nuestra propia pobreza!". Solo agregaría, pudiendo mirar hacia otros lados, donde la vida no es perfecta, pero es mejor, y lo más importante, puede serlo aún más.


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