ENTEVISTA HUMANA. ARTURO SUÁREZ RAMOS. OPOSITOR CUBANO.

Verónica V. Rodríguez G.
“Nos vemos este viernes a las dos de la tarde en Onda”.
Así queda pactado el encuentro con una semana de antelación. La cita sería al culminar el espacio radial que la periodista María Elena Lavaud comparte de lunes a viernes con Elba Escobar entre las once de la mañana y las dos de la tarde. Como tantos otros días, una cadena de radio y televisión interrumpió la lectura de la Revista que Lavaud y Escobar editan en conjunto. Una vez concluida la alocución presidencial en la que se lanzaba la “Misión Niño Jesús”, continuó el programa, que esta vez se extendió hasta pasadas las tres.
La Lavaud –como ella misma se hace llamar– sale apresurada y de mal humor del estudio de grabación. “Este señor otra vez nos dañó el programa”, suelta a una recepción llena de invitados e intenta marcharse de la estación. Ya en la puerta, recuerda la cita y se devuelve. “Ahora tengo la mitad del tiempo que hubiese podido dedicarle a esto”, advierte con el ceño fruncido.
Sentada en el jardín de la quinta de La Castellana donde está la sede de Onda, María Elena Lavaud se va relajando cada vez más mientras avanza la conversación. “Disculpa lo de antes. Haz todas las preguntas que necesites”.
Literatura, destino probable
Cuando habla de sus libros –los ya publicados y los que apenas olfatea bajo su nariz periodística–, se anima aún más. Ríe, bromea y echa cuentos de las experiencias que le ha dado el periodismo y que son las mismas que aprovecha para escribir, ahora también desde la literatura. Considera que las dos disciplinas forman parte de “un binomio indivisible”. Al menos así ha sido en su vida. Desde pequeña, soñaba con ser escritora y por eso decidió estudiar periodismo. “Para mí la literatura siempre fue un destino no seguro, pero probable”.
Se califica a sí misma como “una periodista que intenta la literatura”. ¿Por qué la “intenta”? “Las herramientas que da el periodismo son una ventaja estructural a la hora de concebir una historia. Sin embargo, la creatividad, el desenfado, la libertad de escribir ficción para un periodista pueden resultar más difíciles porque uno tiene el compromiso del rigor, de la verdad. Se deben respetar unas fórmulas para que tu trabajo sea serio”.
Actualmente, Lavaud “intenta” romper esas fórmulas para ser realmente libre haciendo literatura. ¿Qué tanto lo ha logrado? Basta ojear sus dos primeros “intentos” literarios para notar que continúa estando muy ligada al periodismo, aunque trate de deslastrarse del oficio.
El primero de sus libros, Días de rojo, es una novela basada en hechos reales que ocurrieron en su vida durante los días del golpe de Estado de 1992. Aunque ficcionada, la realidad se percibe en sus páginas, como un guiño al lector que vivió aquellos hechos. Incluso los personajes existieron en realidad, aunque sus nombres fueron cambiados para que sólo se parecieran fonéticamente a los reales.
Su segunda publicación tiene menos de un mes en las librerías venezolanas y rescata un género olvidado en el país: el de las crónicas de viaje. Una visita turística a La Habana sirvió de pretexto para escribir una serie de historias que, reunidas en La Habana sin tacones, vinculan dos realidades en un momento que es trascendental para Venezuela, ante la proximidad de varios procesos electorales que podrían cambiar el rumbo político del país.
En La Habana sin tacones
Cuando le propusieron ir a conocer la realidad cubana para venir a contársela a sus coterráneos, pensó que era una locura. “En principio, dije: ‘No. A estas alturas de mi vida, ¿para qué arriesgarme?’. Después de haber pasados tantos sustos aquí: tanto gas lacrimógeno, tanto perdigón, tanta ballena, tanto asalto y tanto atraco… Al final el periodista siempre tiene la curiosidad. Por eso me monté en el avión y me fui, sin siquiera estar absolutamente convencida de que iba a escribir un libro”.
Después de superar ese miedo inicial, llegó a la isla “a la romana vieja: con una libretica y un bolígrafo, a hacer turismo. Fue todo tan rápido que hasta los tacones de bailar se me quedaron fuera de la maleta”.
Aunque asegura conocer casos de personas que son perseguidas por llegar a Cuba haciendo preguntas, explica que su situación era distinta. “Fui en un viaje de turismo y mi desempeño fue siempre turístico. Nunca hice nada malo. No tenían razón para perseguirme”. Confiesa que hubiese querido contactar a las Damas de Blanco y a Yoani Sánchez, “pero hacerlo hubiese comprometido la posibilidad de caminar tranquilamente por La Habana, haciéndoles preguntas a los cubanos en su cotidianeidad”.
Un periodista nunca se deslastra de su ojo periodístico y advierte cosas, aunque no las esté buscando. Precisamente eso le ocurrió a María Elena Lavaud estando en La Habana: hizo las preguntas que haría cualquier turista y las respuestas la tomaron por sorpresa. “Una de las grandes revelaciones de este viaje –dice– fue darme cuenta de la necesidad que tienen los cubanos de contar lo que pasa. Mis esfuerzos por saber fueron mínimos, no hubo necesidad de preguntar periodísticamente”.
La realidad cubana es hoy muy distinta a la de hace diez o quince años. Los encuentros que tuvo Lavaud en su viaje a la isla en agosto de 2010 lo demuestran. Llegó a Cuba el 14 de ese mes, día de su cumpleaños número 46, y agradece haber decidido emprender ese reto en el momento en que lo hizo. “Hace diez o quince años yo también era otra. El resultado no hubiese sido el mismo de hacer un libro como éste en aquel momento”.
De la literatura no vive nadie
Cuando finalmente está enrumbada en la búsqueda de su sueño de la infancia de ser escritora, María Elena Lavaud reflexiona sobre el oficio de escribir y se muestra pesimista. “De la literatura no vive nadie”, expresa con un dejo de recelo en la voz. Asegura que son pocos los escritores que pueden vivir de sus libros y que es algo que en Venezuela no ocurre.
Al ser abordada sobre si los periodistas pueden llegar verdaderamente a convertirse en exponentes de la lteratura, se pone a la defensiva. “Es injusto desmerecer las cualidades narrativas que pudiera tener cualquier profesional o cualquier otra persona. ¿Por qué se condena al periodista por querer escribir literatura? Es algo que también hacen profesionales de otras disciplinas. Cuando en este país se pueda sobrevivir solamente escribiendo libros, hablamos…”.
Sigue “intentándolo”
Aunque inició su carrera literaria de forma tardía, “por no creer que era realmente una escritora ni saber sobre qué escribir”, ahora María Elena Lavaud no puede detener el fervor de su pluma. Apenas a un mes de la publicación de su segundo libro, ya comenzó a escribir el tercero.
En principio, no suelta ni una sola pista de la que será su próxima entrega, pero después de un rato comienza a dar señas de lo que viene, sin necesidad de preguntarle de nuevo al respecto. “No sabía en qué me estaba metiendo cuando acepté hacer esto”. Para los primeros meses de 2012, Lavaud debe tener en imprenta una novela corta sobre un tema “muy duro”. El texto formará parte de una colección de diez autores en la que se incluirán novelas negras cuyo principal tema es la mujer y la contemporaneidad de la vida femenina.
Su novela contará “una historia muy fuerte, basada en hechos reales”. La periodista que “intenta” la literatura rescata aquella frase hecha según la cual a veces la realidad es más impactante y grotesca que la ficción. “Si escribiera esta historia tal como ocurrió, la audiencia creería que la inventé y que se me pasó la mano”.
Su reto en este momento es “procesar la intensidad de una historia muy cruda, para hacerla digerible para los lectores”. Con su tercera publicación literaria, la Lavaud todavía no consigue deslastrarse por completo del periodismo, pero sigue intentándolo.
Esta fue mi primera visión de La Habana, narrada en ¨LA Habana sin Tacones".
Dejo tres fotografías de las famosas Barbacoas: Dada la escasez de viviendas, las familias se ven obligadas a optimizar sus espacios construyendo un sobre piso en una habitación, a partir del cual, dos parejas o familias comparten el espacio.
Algunos privilegiados colocan aparatos de aire acondicionado. Otros, abren agujeros en las paredes para facilitar la circulación del aire.
El juego comenzó hace doce años. Ha sido el más largo de los últimos tiempos; pero claro, el cambio de reglas lo permitió, y la mayoría _dicen_ estuvo de acuerdo.
En el primer inning, el nuevo lanzador designado, le hizo swing de una vez; no perdió ni un segundo al llegar al montículo. Lanzó una recta y ponchó a los viejos bateadores; aunque a otros les dio base por bola, sin perderlos de vista ni un segundo, claro, para hacerles out en el momento preciso si avanzaban demasiado cerca del home.
Hacía tiempo no se veía un juego tan intenso; tan largo; hasta el pisa y corre más audaz propició el nuevo lanzador. Todo el mundo en vilo; emocionado, ovacionando; esperando un mejor lanzamiento cada vez. El lanzador designado disfrutaba sin remilgos su victoria; los aplausos, la ovación. El público, cansado hasta entonces de los viejos y precedibles encuentros, le aupaba y le acicateaba. Pedían más. Y el lanzador complacía, sin perder de vista que ése era “su” juego. No lo dejaría perder por nada del mundo. En tiempo récord produjo los tres primeros outs; con algo de técnica, sagacidad, y no poca picardía.
Más de una vez, el juego fue suspendido por lluvia. La fanaticada esperaba ansiosa una nueva fecha. Mientras, el nuevo lanzador designado disfrutaba las mieles de su debut. Se convirtió en la nueva estrella de los medios de comunicación; los corredores del equipo contrario, terminaron agotados. Muchos lesionados; otros prefirieron retirarse.
Todo iba bien hasta que el propio equipo del lanzador designado comenzó a sufrir bajas; varios bateadores fueron desincorporados por faltar a las reglas, y el lanzador designado se vió obligado ahora a coger el bate y simplemente intentar el home run para salvar su propio juego.
Abanicó un par de veces. Hizo un foul que casi se convierte en out. Y finalmente, volvió a abanicar. Hubo silencio. Los árbitros no reaccionaban, pero la fanaticada, implacable, ovacionó: ¡Tas ponchao! Gritaron. El lanzador devenido en bateador no podía creerlo. Se resistía, porque sabía que un nuevo bateador tomaría su turno. Así eran las reglas.
El juego no necesariamente termina cuando un jugador se poncha. No es el escenario más grato para ningún beisbolista, pero ha ocurrido, hasta a los más descollantes. Un ponche significa el fin de una oportunidad que se tuvo y no se aprovechó. Hay que dar paso al siguiente, y hacerlo pensando en el triunfo del equipo.
PREFACIO.
Caracas, 21 de Agosto de 2010.
Querido R:
Son las seis y media de la mañana y sé que hasta las nueve eres una tumba. Ya estoy de regreso, entre conmovida, impresionada y algo triste. Parece mentira. No llevé mis zapatos de baile. Al hacer la maleta recordé que los había regalado hace tiempo. Tampoco me hicieron falta. Era tal vez un presagio. La realidad que encontré me dejó contando, como en la rueda de Casino, pero en regresiva: 3,2,1.....ojalá nunca lleguemos a ese mar de sobre murientes. No lo merecemos. Ni nosotros, ni ellos.
El Tarará de tu niñez es ahora un lugar reservado en parte a la preparación de aquellos que serán operados de la vista gracias a la “Misión milagro”. El resto se mercadea como uno de los lugares de más atractivo turístico. Pasé por allí de regreso de las más cercanas Playas del Este, a unos 35 minutos de La Habana. No han perdido su encanto, te lo aseguro. Tus vacaciones de infancia allí deben haber sido una delicia.
No te traje nada. No vino nada material en mi maleta, salvo un par de estampitas de la Virgen de la Caridad del Cobre y un cenicero de recuerdo de mi visita a la casa de Hemingway. ¡Quién quita! Tal vez recoja algo de la inspiración que él encontraba en la isla.
Los recuerdos que traigo no son tangibles. Ya te contaré. Duelen; por lo que vi y dejé allá, y por lo que al regresar encontré entre nosotros mismos, sólo que con un poco más de color y hasta de tecnología.
Hay dos mundos allá, amigo. Vi dos ciudades que se juntan en la necesidad, cuando escarbas un poco entre aquellas viejas casonas que aún derruidas, son una bofetada para los que deambulan a diario entre callejones con edificios que a simple vista parecieran abandonados, pero donde laten los sueños de la mayoría. Son dos las monedas también. Con una se paga la sumisión y con la otra se accede a la irrealidad de la ciudad turística. Sin embargo, ya nadie pareciera querer ocultar nada. No vociferan, pero si te interesas un poco, escupen su realidad ahogados de tanta limitación, de tanta carencia, de tanto mal trato. El turismo ha abierto una ventana al choque de dos realidades que no creo puedan convivir sin efervescencia por mucho más tiempo. Por ahora el miedo es el muro de contención. Me aferro a esa tesis de la psicología que augura que después del miedo contenido, irrumpe la acción. Eso me agobia menos que pensar que lo que vi pueda durar 10, 20 o 30 años más. O peor aún, que pueda trasladarse definitivamente y sin remedio hasta nuestra propia tierra.
Como te decía, todo es por partida doble, empezando por la moral que sostiene a dos Presidentes: uno titular y otro el objeto recurrente de la adulación. Uno la causa y otro la consecuencia. Uno el símbolo del castigo y el otro la posibilidad de abrigar una mínima esperanza de que la soga afloje un poco su presión. Para algunos, el primero es aún el símbolo de la lucha reivindicadora. Pero a esos solo los vi por televisión. Del otro hablan a veces en la calle, pero sotto voce, como cuando uno no quiere compartir sus proyectos para que se le den. Se me hace un nudo en la garganta de solo recordar esas miradas, esos deseos reprimidos; esas palabras que escuché sin mucho convencimiento algunas veces, pero como queriendo sugerir: “si no lo vemos así no hay de qué sostenerse”; pero más me ahogo cuando pienso en lo que has de sentir tu al saber que tu tierra se ha vuelto árida durante tantas décadas. No sé cómo podría manejar yo una circunstancia así; eso me aterra, te confieso; ¡me da pavor!.
En fin, creo que voy a estrenar una cajita de pastillitas de rescue que me regalaron hace tiempo. Nunca pensé que las usaría. Ya sabes, tu amiga aquí, la mamá de los helados en materia de autocontrol. ¡Qué tontería!.
Traigo callitos en los talones. Ha de ser por caminar toda La Habana en cholas, bajo aquel sol inclemente, picante, que compite con el aire húmedo que emana de la costa, a ver cuál de los dos produce más calor. ¿Te imaginas? ¡Fin de mundo! Pues sí, eso hizo La Habana conmigo, y algunas otras cosas más trascendentes que ya te iré contando.
Cuando regreses de Miami avísame; no quiero agobiarte ahora con mis historias. Como buen exilado, seguro muchas no serán novedad para ti, pero a mí me han estremecido. ¿Sabes? Definitivamente escribiré una suerte de crónica de este viaje. Vale la pena. Por todo. Por el pasado, por el presente, pero sobre todo por el futuro que en este país aún podemos construir. Luego te muestro las fotos. Eso si, para eso te espero, porque creo que será indispensable una botella de por medio. Mientras tanto, digamos que en honor a Celia me hago la Cruz, porque de verdad, verdad, necesito gritar……………………………¡¡ Azúuuucar!!!
Cariños,
Mel.