domingo, 23 de octubre de 2011

¡TAS PONCHAO!


El juego comenzó hace doce años. Ha sido el más largo de los últimos tiempos; pero claro, el cambio de reglas lo permitió, y la mayoría _dicen_ estuvo de acuerdo.

En el primer inning, el nuevo lanzador designado, le hizo swing de una vez; no perdió ni un segundo al llegar al montículo. Lanzó una recta y ponchó a los viejos bateadores; aunque a otros les dio base por bola, sin perderlos de vista ni un segundo, claro, para hacerles out en el momento preciso si avanzaban demasiado cerca del home.

Hacía tiempo no se veía un juego tan intenso; tan largo; hasta el pisa y corre más audaz propició el nuevo lanzador. Todo el mundo en vilo; emocionado, ovacionando; esperando un mejor lanzamiento cada vez. El lanzador designado disfrutaba sin remilgos su victoria; los aplausos, la ovación. El público, cansado hasta entonces de los viejos y precedibles encuentros, le aupaba y le acicateaba. Pedían más. Y el lanzador complacía, sin perder de vista que ése era “su” juego. No lo dejaría perder por nada del mundo. En tiempo récord produjo los tres primeros outs; con algo de técnica, sagacidad, y no poca picardía.

Más de una vez, el juego fue suspendido por lluvia. La fanaticada esperaba ansiosa una nueva fecha. Mientras, el nuevo lanzador designado disfrutaba las mieles de su debut. Se convirtió en la nueva estrella de los medios de comunicación; los corredores del equipo contrario, terminaron agotados. Muchos lesionados; otros prefirieron retirarse.

Todo iba bien hasta que el propio equipo del lanzador designado comenzó a sufrir bajas; varios bateadores fueron desincorporados por faltar a las reglas, y el lanzador designado se vió obligado ahora a coger el bate y simplemente intentar el home run para salvar su propio juego.

Abanicó un par de veces. Hizo un foul que casi se convierte en out. Y finalmente, volvió a abanicar. Hubo silencio. Los árbitros no reaccionaban, pero la fanaticada, implacable, ovacionó: ¡Tas ponchao! Gritaron. El lanzador devenido en bateador no podía creerlo. Se resistía, porque sabía que un nuevo bateador tomaría su turno. Así eran las reglas.

El juego no necesariamente termina cuando un jugador se poncha. No es el escenario más grato para ningún beisbolista, pero ha ocurrido, hasta a los más descollantes. Un ponche significa el fin de una oportunidad que se tuvo y no se aprovechó. Hay que dar paso al siguiente, y hacerlo pensando en el triunfo del equipo.

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