sábado, 8 de octubre de 2011

IN LOCO.


¿Por qué el gobierno se niega a dar la debida autorización a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos para que venga a Venezuela? ¿Por qué se ha negado a ello en los últimos siete años?

El que no la debe no la teme dice el adagio. Si queremos una opinión académica o mas calificada, entonces prestemos atención a lo que ha declarado el jurista Carlos Ayala Corao, por cierto uno de los ex presidentes de la Corte Interamericana. Según Ayala Corao, sólo las dictaduras impiden la vista de organismos internacionales. Lo hizo Pinochet en su oportunidad, alegando que la corte había sido manipulada por la izquierda internacional, y luego lo hizo Cuba, diciendo que la corte representa el imperialismo internacional. Ahora, el gobierno venezolano alega que la corte no es imparcial. Entonces nos preguntamos, si la corte no es imparcial, ¿por qué Venezuela sigue formando parte del sistema interamericano? ¿Por qué acude a sus citaciones y se defiende en ese foro?.

El artículo 51 del reglamento de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos establece la facultad de la misma de hacer visitas a los estados miembros. Según este reglamento, dentro del enfoque de cooperación con los estados que debe tener siempre la comisión, las visitas pueden ser un elemento esencial y han sido muy útiles para que los estados asuman obligaciones concretas en materia de derechos humanos. El reglamento dice que en esas visitas se abordaran aquellas áreas de preocupación de la comisión y en las que el estado requiera cooperación. La primera conclusión que sacamos entonces es que el estado debiera tener voluntad para corregir esas situaciones. Y de hecho, al ser un estado miembro, es al menos una obligación moral permitir esa cooperación.

Volvemos al comienzo entonces: ¿qué es lo que el gobierno no quiere que la corte vea en su visita a Venezuela?

La respuesta es bien simple: si viene la Comisión, seguramente podrá comprobar in loco, que el comisario Iván Simonovis ha esperado años que el director de la disip acate la orden de un tribunal de trasladarlo para sus exámenes médicos; seguramente comprobará que los presos de la disip no pueden ver el sol sino una hora cada 15 días, y que sus calabozos no tienen ventilación ni iluminación natural; que allí los presos están incomunicados con sus familiares, otro derecho fundamental violado, porque el teléfono está permanentemente malo. Verá también que las cárceles en general, son las más violentas del continente. Verá la atrocidad que se ha cometido con la juez Afiuni, una funcionaria de la república que decidió con autonomía. Verá que aún cuando tras una huelga de hambre, y habiéndose comprometido la misma OEA a solicitar de nuevo la visita, el gobierno se niega a dar la autorización, haciéndose de la vista gorda ante grupos de estudiantes que han hecho huelga de hambre en varias oportunidades; las madres también.

No perdamos el rumbo: la exigencia de los estudiantes y de todo el país, no es para con la corte interamericana, que ya lleva siete años queriendo venir a Venezuela; la exigencia es para un gobierno que se dice revolucionario, que se ufana de haber producido la Constitución más moderna en materia de derechos humanos; que se califica de humanista, pero que sin embargo demuestra que le importa muy poco el hambre y el riesgo que han corrido y siguen corriendo cantidad de venezolanos para exigir se cumpla un derecho fundamental. Las acciones en todo caso son para que la Corte y el mundo comiencen a preguntarse por qué el gobierno venezolano se niega a abrir sus puertas a la máxima instancia de los derechos humanos a nivel mundial.

Cada vez es más difícil para la revolución sostener su discurso de democracia solida y pujante: el año pasado, China y Cuba suscribieron el pacto internacional de derechos civiles y políticos, y en años anteriores Rusia se sometió a la jurisdicción de la corte europea de derechos humanos.

Pero en Venezuela, el gobierno lleva siete años negándose a permitir que la corte interamericana de derechos humanos haga su visita in loco.

Esa es la realidad y aquí adentro la tenemos clarita.

La Lavaud.

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