miércoles, 5 de octubre de 2011

DE LA TIRANÍA.


En la época del resurgimiento italiano, el poeta y escritor Víctor Alfieri escribió uno de los grandes clásicos que por estos tiempos vale la pena traer a colación. Se titula: "De la Tiranía".

Allá en 1800, Alfieri dejó claro que “indistintamente, se debe dar el nombre de tiranía a toda clase de gobierno en el cual la persona encargada de la ejecución de las leyes puede hacerlas, destruirlas, violarlas, interpretarlas, entorpecerlas, suspenderlas o simplemente eludirlas con la certeza de la impunidad. Que este violador de las leyes sea hereditario o electivo; usurpador o legítimo, bueno o malo, uno o muchos, cualquiera, en fin, con una fuerza efectiva capaz de darle este poder, es tirano; y toda sociedad que lo admite, está bajo la tiranía. Todo el pueblo que lo sufre, es esclavo”.

En este momento, no puede decirse sin faltar a la verdad, que la sociedad venezolana esté admitiendo pasivamente el abuso de quienes pretenden imponer a la fuerza una nueva forma de sociedad a través de leyes. Y decimos a la fuerza recordando el resultado de un referéndum donde a través del voto, los venezolanos decidieron rechazar cambios sustanciales en la Constitución, que como se sabe, es la ley fundamental a través de la cual se constituye un Estado.

Hemos visto cómo a la sombra de un conjunto de leyes aprobadas a toda velocidad por la asamblea nacional, los venezolanos están diciendo en las calles, lo mismo que dijeron en las urnas al rechazar la reforma constitucional; y lo están haciendo aún a costa de la violencia y la saña con la cual han sido castigados.

De la impunidad nace también la tiranía, y como decía Alfieri, el pueblo que lo permite, se hace esclavo. Ese no parece ser el caso del pueblo venezolano. por estos días, médicos bolivarianos, trabajadores del petróleo, de las empresas básicas; del banco industrial; los presos de este país, los estudiantes, las madres y los padres, los taxistas, los pensionados, en fin, el soberano, están hablando a gritos con sus protestas a una clase política gobernante que hace ya rato que dejó de escuchar al pueblo. ¿No fue acaso un escenario similar el que hizo irrumpir en escena a un grupo de golpistas que intentaron tomar el poder por la fuerza en febrero del 92 prometiendo soluciones de fondo?

17 años después de aquello, podemos decir sin ambages que el remedio ha sido mucho peor que la enfermedad que se prometió curar, porque ahora los poderes no son públicos ni autónomos; porque ahora la violencia es el arma de quienes ostentan el poder; porque ahora se criminaliza la disidencia y se promulgan leyes inconsultas. Porque los hospitales siguen en el suelo; porque las misiones ya no son suficientes; porque los muertos de cada fin de semana y de cada día los sigue poniendo el pueblo, ese al que se le pidió el voto para solucionarlo todo. ¿Cuánto tiempo más estamos dispuestos a dejar pasar para aprender la lección?

El tema no está en esperar de nuevo un mesías que lo resuelva todo; el tema es que contra el poder y la fuerza de una sociedad decidida y cohesionada, no hay abuso que valga. Solo hay que echar una miradita a la historia para comprobarlo.

La Lavaud.

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